Día 9 de julio; creo que debo confesarte lo que siento desde
que, hace unos meses me empecé a sentar en esta mesa, al lado de la puerta,
para ver como cada día a las 09:00 de la mañana entras, te sientas al lado de
la barra y pides tú cortado con sacarina; para guardar la línea, bromeas a
veces. Siempre a la misma hora, en el
mismo sitio, en la misma cafetería, sin saber que existo.
Me levanto, tomo aire y camino decidido a hablarte, pienso
que te tendría que decir muchas cosas, como por ejemplo que me encanta como te
atusas el pelo o simplemente que estoy loco por cada centímetro de tu cuerpo.
Pero justo antes de articular palabra y
fruto de los nervios me asaltan voces en mi cabeza que me hacen frenar en seco
y convertirme en estatua.
No me atrevo, soy timidez echa persona, no puedo, no sé cómo
puedo empezar a decir tantas cosas, no creo ni que sepa hablar estando delante
de ti. Quizás debería decirte: “Hola, tu no me conoces pero me has invitado a
cenar contigo, en mi casa, esta noche”; pero es muy engreída esa frase, yo no
soy un chulito, aunque a veces lo parezca. Por otro lado si me dices que sí y
te quedas a cenar, sé que las cosas no van tan mal, y poco a poco escucharé
como me cuentas tus vivencias, yo estoy atontado con tus labios y tu ojos;
después yo cuento como me he enamorado de ti mientras tu tomabas café. Después
de cenar y hablar puedo decirte que a oscuras se ve mejor la infinita belleza que posees porque llenas
de luz la habitación, puedo pensar que si después de eso me besas en la boca y
luego perdemos la ropa todo va a cien; si nos acaba pillando el sol rodando por
la cama, enredados entre las sabanas, mi sueño se habrá hecho realidad. Pero
otra mañana más yo estoy soñando y tú ya te vas.
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